Macbeth, de Giuseppe Verdi / Dirección musical: Stefano Ranzani /Dirección escénica: Marcelo Lombardero / Vestuario: Luciana Gutman / Reparto: Fabián Veloz, Chiara Taigi, Aleksander Teliga, Gustavo López Manzitti, Rocío Giordano / En el Teatro Colón / Nuestra opinión: muy buena
Aunque Macbeth es una ópera relativamente temprana, aparecen ya insinuadas en ella varias de las preocupaciones que atarearían a Verdi en su madurez: en el plano formal, la continuidad dramática sin hiatos; en la trama, el poder y sus infinitas y semejantes inflexiones. Que sobre el Macbeth shakespeariano lograra conquistar otro enteramente propio y que, sin embargo, le hace justicia al original sería prueba suficiente de madurez. Esos dos ejes, el formal y el de la trama, son el nudo que deben desatar el director musical y el director de escena. Esta versión del Teatro Colón cumple de sobra en los dos frentes.
Para empezar, el italiano Stefano Ranzani al frente de la Estable no pierde nunca el hilo, y no solamente no lo pierde, sino que lo tensa al máximo, con un extremo nerviosismo (el vuelco en el segundo acto con la primera aparición fantasmal de Banquo es escalofriante), pero con un cuidado minucioso en los pasajes más camarísticos, sobre todo los de la intimidad de Lady Macbeth y Macbeth, casi como si la orquesta les tuviera piedad. La soprano Chiara Taigi hizo una Lady Macbeth estremecedora. Sabemos lo que Verdi quería de ese personaje: que no cantara y que su voz fuera más ruda que brillante, “hueco”. Por supuesto, esa prescripción debe ser entendida como indicación de carácter. Así lo hizo también Taigi, sobre todo en el dúo con Macbeth, pero también en “La luce langue”, y en la escena del sonambulismo, en la que, si puede decirse así, cantó con los gestos. La misma consistencia mostró el barítono Fabián Veloz como Macbeth, seguro vocalmente, oscurísimo y torturado. Pero en realidad la pareja no fue una suma de partes y tuvo su propia lógica interior. No se quedaron atrás Aleksander Teliga, como Banquo, ni Gustavo López Manzitti, con un Macduff de una sola pieza, y tampoco el coro preparado por Miguel Martínez.
La imaginación escénica de Marcelo Lombardero respiró en la misma atmósfera de la oscuridad verdiana y se lució sobre todo en los detalles antes que los grandes frescos posapocalípticos. La primera aparición de Lady Macbeth no pudo ser más significativa: recortada sobre el fondo luminoso de una puerta, pero lejos ella misma de la luz, a oscuras; en cambio, más tarde la veremos en ese mismo vano, pero ahora teñido de rojo, igual que ella. Hay además infinidad de detalles, metáforas que aluden a lo que fluye, a lo pasajero, como la lluvia del principio, las cañerías del final y la ominosa estación de tren en la que matan a Banquo. Al final, Lombardero deja su propia lectura, no necesariamente caprichosa: Macduff parece a punto de ser perseguido también. La historia, acaso, vuelve a empezar.
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